A veces, los regalos más sencillos son los más significativos. Nuestros lectores por el mundo recuerdan aquellos regalos que nunca olvidarán
DE PEQUEÑA me encantaba escribir. Unas navidades pedí una máquina de escribir y, debe ser que a los Reyes Magos les venía mal, porque me dejaron un “vale” por una máquina de escribir que nunca se llegó a materializar. Ya de mayor, dudé si dedicarme al periodismo o a la psicología… Finalmente opté por esta última, y me encanta mi profesión… ¿fue una señal?.
Amira Bueno, España
MI HERMANA FUE LA ARTÍFICE DEL reencuentro con el hombre que había sido mi marido. Ella comprendió las razones de nuestro divorcio y entendió que no nos habíamos separado porque no nos quisiéramos sino por circunstancias de la vida.
Después del divorcio, ambos rehicimos nuestra vida y disfrutamos relaciones gratificantes con otras personas, pero después de 30 años, él se quedó viudo y yo estaba de nuevo divorciada. No habíamos seguido en contacto, pero mi hermana sí.
Volvimos a enamorarnos. Ya hace nueve años que estamos casados y tanto él como nuestra relación son lo mejor que me ha sucedido. Probablemente sea una de las pocas veces que siento felicidad y gratitud de que alguien se meta en mi vida, aunque reconozco que en aquel momento me sentí escéptica y molesta.
Debbie Browne, Canadá
UN REGALO QUE SIEMPRE RECORDARÉ fue un simple recordatorio de mi hija sobre las cosas buenas de la vida.
Sucedió hace 16 años. Hacía varios días que Hannah, entonces de 10 años, no se sentía bien. Nuestro médico pidió análisis, pero antes de que llegaran los resultados, la historia dio un giro alarmante. Hannah comenzó a vomitar y le costaba respirar. Fui con mi mujer, Cathy, a urgencias al hospital local, donde los médicos rápidamente determinaron que se trataba de un cuadro de diabetes tipo 1 y que se encontraba en un estado potencialmente fatal llamado cetoacidosis.
Mientras el equipo médico intentaba estabilizar a Hannah, yo sujetaba su mano y me preguntaba si lograría sobrevivir. Tras lo que pareció una eternidad, comenzó a responder al tratamiento y fue trasladada a un hospital infantil con cuidados intensivos y unidad especializada en diabetes.
Hannah se recuperó rápidamente y durante su estancia en el hospital valientemente se ocupó de monitorear sus niveles de azúcar en sangre e inyectarse insulina varias veces al día. En medio de las charlas sobre control de sangre mediante punción en los dedos, conteo de hidratos de carbono y la amenaza constante de la hipoglucemia, uno de los especialistas en diabetes nos dijo que los niños solían ser reticentes a controlar su diabetes cuando llegaban a la adolescencia.
Un día de aquella semana ingresada, se acercó una enfermera a observar cómo se ponía Hannah las inyecciones. Mientras sujetaba el aplicador de insulina, Hannah miró a su madre y luego a mí y dijo: “Estoy bastante harta de esto”. Yo contuve la respiración y miré a Cathy. Luego, con una sonrisa, Hannah dijo: “¡Estoy bromeando!”.
Nos reímos un largo rato, probablemente más de lo que el inocuo chiste de Hannah merecía. Después de una semana de estrés y ansiedad, aquello pareció como si la presa de contención se hubiera roto. . . Hannah nos recordó que, a pesar de todo, aún era nuestra dulce y divertida niña. Sí, esta nueva realidad sería difícil, pero aun así habría alegría y risas.
Nos había devuelto nuestras vidas. Y ese es un regalo que siempre guardaré.
Peter Dockrill, Australia