Mientras navegaba

En plena expedición de vuelta de la Antártida, con los puertos de medio mundo cerrados debido a la pandemia del Covid, tuvieron que emprender el regreso al viejo continente a bordo de este velero centenario. Una travesía a cámara lenta por el Atlántico que María Intxaustegi relató en un diario de a bordo, del que publicamos un extracto.


María Intxaustegi nació en San Sebastián en 1989. Es licenciada en Historia y buzo profesional, dedicada a la arqueología subacuática. Los barcos hundidos de época moderna son su especialidad. Vive a caballo entre algún punto del océano y sus proyectos de investigación.

Ni en mis peores sueños imaginé que el mundo colapsase mientras navegaba por la Antártida. Nos enteramos de la gravedad de la situación mientras cruzábamos el pasaje de Drake, rumbo a Ushuaia, en Argentina.
El virus se estaba expandiendo rápidamente y las fronteras comenzaban a cerrarse, pero nosotros estábamos en un microcosmos ajenos a todo, en el que los vientos, el parte meteorológico y la navegación era nuestra absoluta prioridad. El 17 de marzo todo estalla: la provincia de Tierra de Fuego entra en cuarentena hasta nuevo aviso y nosotros, atracados en Ushuaia, nos encontramos atrapados sin poder poner un pie fuera del barco. Fondeamos en la bahía y valoramos la situación y opciones.

El Bark Europa no es un barco que se sienta feliz sin navegar: 114 años surcando los 7 mares hacen de ella una dama algo quisquillosa. Y nosotros, su tripulación, no somos de los que nos quedamos de brazos cruzados. El Europa es un velero de pabellón holandés y el Gobierno holandés por el momento permite entrar en sus puertos barcos con su bandera.

El plan parece sencillo: Ushuaia-Holanda, sin escalas y a pura vela, como antaño, buscando los vientos portantes sin usar motores, pues no sabemos si podremos repostar y debemos reservar el gasoil para potabilizar el agua y usar los generadores auxiliares. Cerca de setenta días de navegación atravesando el Atlántico de sur a norte, hasta llegar a los trópicos, y de ahí volver a subir latitudes al norte, a Europa. Solo tripulación: 19 navegantes de 12 nacionalidades distintas.

El cielo amanece completamente limpio y el sol hace acto de presencia al salir por las montañas. Damos comienzo a las guardias de mar. Con la tripulación dividida en dos grupos, trabajaremos en intervalos de 6 horas. Volvemos a zarpar desde Ushuaia rumbo al canal de Beagle. Cuando tiramos de las drizas y los cabos, todos a una, y vemos las velas hincharse con el viento volvemos a sentirnos libres y vivos, en nuestro medio, en el gran azul.

30 de marzo de 2020: Llevamos ya tres días navegando a toda velocidad, hemos recorrido 450 millas de las 8.000 aproximadamente que nos quedan y estamos sobrepasando las islas Malvinas por el este. Atrás hemos dejado el océano austral y nos hemos adentrado en el Atlántico Sur. Nos dirigimos hacia el este, evitando la corriente de las Malvinas para ir subiendo paulatinamente bordeando el continente americano.

Cuanto más al este te desplaces en estas latitudes más rápido podrás cruzar el Atlántico y menos regiones ausentes de vientos te encontrarás en los trópicos. 

El Europa navega feliz cortando las olas, tenemos vientos portantes del suroeste y la mar está repleta de albatros de distintas especies que, junto con las pardelas que siguen nuestra estela, planean como auténticos expertos del arte de volar que son.

6 de abril de 2020: Llevamos ya 10 días de navegación y 1.363 millas recorridas. El 1 de abril dejamos los 50 Furiosos navegando maravillosamente a unos 10 nudos, y entramos en los 40 Rugientes, unos vientos predominantes del oeste que solo se encuentran en el hemisferio Sur. Y si durante los 50 Furiosos pudimos navegar a toda velocidad, los rugientes decidieron irse de vacaciones, y solo trabajando duro con el timón y trimando constantemente velas conseguíamos superar los 3 nudos.

Calculamos con ayuda del sextante, los astros y la trigonometría esférica nuestra posición, pero no podemos evitar dar un tortazo a nuestra racionalidad cuando creemos viejas supersticiones. En realidad, lo que nos sucede es que no nos consideramos especiales. No puedes ser único y especial en la mar. La propia naturaleza se encarga día tras día de enseñarte que tu ego no le importa lo más mínimo y que no eres más que otra pequeña especie habitando su planeta. 

Acondiciono un rincón en la biblioteca para los ratos en los que pueda darle a la tecla. A veces es realmente complicado escribir. Ha comenzado a llover y oigo los primeros aullidos del viento en cubierta. 

11 de abril de 2020: Llevamos ya seis días de tormenta con vientos de 40, 50 y hasta 60 nudos, y con unas olas de seis metros haciéndonos vivir en una lavadora constante. Todo está perfectamente trimado y no salimos a cubierta sin el arnés puesto. Y entonces llega. 

Envueltos en una espesa niebla vemos cómo la mar comienza a rizarse y el viento comienza a subir: 30 nudos, 40 nudos, 50 nudos, ráfagas de 60 nudos. Comienza el baile. Con olas de seis metros barriendo la cubierta constantemente es imposible no quedar empapado hasta los huesos en el minuto 1 de la guardia. Cada vez que salimos nos tenemos que enganchar a las líneas de vida con los arneses, porque de no ser así, nos lanzarían por los aires como monigotes de papel. 

Lo mejor es la compañía. Las caras de cansancio colectivas cuando toca levantarte y apenas has dormido. La cerveza de final de guardia y los silencios compartidos. Pocos vínculos como el que estableces en la mar pueden llegar a ser tan estrechos, conviviendo en un espacio reducido y trabajando codo con codo las 24 horas, teniendo solo absoluta intimidad en el baño. Es imposible fingir.

Nos despedimos de los 40 Rugientes y entramos en los Templados 30 o, como dicen en inglés The Horses Latitudes. Según el imaginario anglosajón, llamado así porque los marinos españoles, al llegar a dichas latitudes, debían lanzar al agua a los caballos a bordo porque se morían del calor.

9-18 de abril de 2020: Decidimos meternos en el ojo de una baja presión, pero no encontramos vientos. Es oficialmente la tormenta más grande en la que he navegado nunca. Tenemos pequeños chubascos recurrentes, pero vamos descalzos por cubierta disfrutando de unas temperaturas mucho más apacibles. Según el viento amaina y la climatología se estabiliza, un arco iris aparece por popa anunciando la entrada en latitudes calurosas. Ha llegado el verano al Europa.

El 9 de abril alcanzamos la latitud 39º sur. El agua está todavía a unos 14 grados y la temperatura del aire parecida. El 13 de abril guardo en el macuto todo el equipamiento polar. Me hago con un par de camisetas y pantalones y los corto para tener algo fresco.

Esta tarde, a 35 metros de altura, sintiendo el viento y el calor del sol, mi compañera de guardia, de Tonga, me pregunta si soy realmente consciente de la pandemia. Le cuento que en Europa, en 1346, la peste negra mató a más o menos el 50% de la población europea. Que cuando los europeos llegaron navegando hasta América llevaron con ellos enfermedades que aniquilaron tribus nativas enteras. Que en 1918 hubo una pandemia de gripe tan fuerte que infectó a 500.000 millones de personas. Inundados por una publicidad y una sociedad de consumo que te dice lo increíble que eres y todo lo que te mereces en la vida, es desagradable pensar que no somos más que otro ser vivo habitando el planeta, a merced de enfermedades y plagas, como mis plantas del balcón con los pulgones.

20 de abril de 2020: Hoy hemos cruzado oficialmente el Trópico de Capricornio, en medio de un chubasco descomunal y vientos de 20 y 30 nudos con una humedad relativa superior al 80% y 25 grados en el aire. 

Si algo tienen de bueno los trópicos, son las guardias nocturnas. Las noches en alta mar me recuerdan a las de las montañas, sin ningún tipo de contaminación lumínica.

Hoy al timón, he visto a Venus reflejarse en el mar creando una fina estela plateada que nos sigue hasta bien entrada la noche. Nos adentramos en la región del globo donde nos esperan calmas chichas o Doldrums y fuertes tempestades tropicales. Hemos llegado a los trópicos.

26 de abril de 2020: Por fin cruzamos la latitud 20º sur. Llevamos toda la semana con un viento muy inconstante y de muy poca fuerza. En estas zonas las maniobras de vela aumentan. A veces, sencillamente hay que dejar el barco a la deriva hasta que el viento vuelva a soplar. 

Debemos ir hacia el norte para luego virar hacia el este o este/noreste. Debido a las altas temperaturas se crea mucha inestabilidad atmosférica, es decir, muchas tormentas eléctricas de corta duración pero gran potencia y, en el peor de los casos, huracanes.

A dos horas de que finalice mi guardia nocturna, llevamos toda la noche saltando y sorteando pequeñas tormentas eléctricas. De tormenta en tormenta es la única manera de avanzar cuando no hay viento, buscando el generado por estas mini bajas presiones. Me gusta navegar bajo la lluvia: te refresca y te limpia la cubierta.

5 de mayo Cruzamos el ecuador y entramos en el hemisferio norte en una noche de luna casi llena y mar plácida. Entramos oficialmente en la zona de los Doldrums, dejando los alisios del sur. Ir de alisios en alisios, en navegación a vela, es lo más aburrido del mundo. El viento es constante y lo único que haces es seguir el rumbo.

El 6 de mayo, los Doldrums se han desplazado y ahora abarcan una extensión de más de 5 grados de latitud. Estamos atrapados en una zona sin viento. Los chubascos se mueven lentamente sin aportarnos más que agua. Entramos en un estado de semiletargo, donde el calor sofocante y la desidia se adueñan de nosotros. 

¿Qué sería de aquellos barcos del siglo XVI, XVII y XVIII que se quedaban atrapados en estas calmas chichas durante semanas? Sin agua potable, sin partes meteorológicos y sin congeladores donde almacenar la comida. No faltaban motines y búsquedas de la persona a bordo que estaba trayendo la mala suerte al barco.

Por si fuera poco, un par de tripulantes han contraído gastroenteritis y la gente está cayendo como moscas. En un barco puede ser realmente horrible. 

16 de mayo: La naturaleza nos ha vuelto a dar una lección de humildad. Anticiclón tras anticiclón no hemos tenido apenas vientos favorables y nos estábamos desviando tanto que al final estamos más cerca de Canadá que de Europa. 

Asumimos la derrota. El 28 de mayo, el capitán manda encender motores y plegar velas. Tenemos que llegar a casa y el combustible no nos sobra, por lo que los hemos empleado 22 horas para salir del centro de la alta presión y volver a encontrar un viento favorable que nos permita volver a ir a vela. Lo justo para seguir intentando llegar al Canal de la Mancha.

Nos acercamos a Europa: además de mucho más tráfico marítimo, hemos comenzado a observar también tráfico aéreo por primera vez. Otro tipo de elementos flotantes son basuras varias. Como no podía ser de otra manera una vez que te acercas a la «civilización». Basura. Un bidón a la deriva, una red de pesca flotando, pequeños plásticos de forma indeterminada… A bordo llevamos una política de reciclaje y gestión de residuos muy estricta. Separamos absolutamente todo y lo guardamos bien empaquetado y limpio para que no huela hasta que llegamos a puerto.

Hoy algunos hemos notado cómo el aire traía un olor especial, distinto. En alta mar nunca lo aprecias, pero esta vez era evidente. La costa está cerca. Cargado de salitre, el viento nos trae el olor a tierra.

3 de junio: Ponemos en marcha otra vez los motores hasta llegar a la entrada del Canal de la Mancha. Llevamos días con vientos muy variables, así que lo único que hacemos es jugar con los foques, la cangreja y las velas de estay para ganar estabilidad mientras al timón buscamos un rumbo.

Los días grises, los bancos de niebla y el chirimiri empiezan a ser una constante. Las escasas noticias del exterior que nos llegan nos indican que, si bien el continente americano todavía sigue en un estado alarmante, al menos en Europa la situación parece controlada y hay menos medidas restrictivas.

El lunes, 8 de junio, es el Día Mundial de los Océanos. Observar la vida salvaje en su hábitat natural te permite comprender las complejas interacciones de los distintos ecosistemas y apreciar la impresionante belleza, pero a la vez fragilidad, más allá del mundo artificial y digital que hemos levantado a nuestro alrededor. Los océanos no se están muriendo, los estamos matando. Pero todavía hay algo de esperanza siempre que hagamos un esfuerzo conjunto. Feliz Día Mundial de los Océanos.

11 de junio: El gran sol es un banco de arena que cubre un área de la plataforma continental. Un pedazo de la plataforma continental antes de llegar al Canal de la Mancha, famoso por sus ricas aguas en pescado y, sobre todo, en lenguado. 

Sus aguas son muy traicioneras y los temporales son constantes. La mar, que tanto nos da, tiene el mismo poder de arrebatártelo todo en un segundo. La mayoría de la población no es consciente del alto precio y sacrificio que hay que pagar para que las pescaderías tengan su género. Las olas azotan el barco. A este ritmo, mañana o pasado entraremos en el Canal de la Mancha. Setenta y siete días después ya podemos decir: hemos llegado a Europa.

15 de junio: Después de ochenta y un días de travesía a vela, salvo nueve días a motor, y más de 10.000 millas recorridas, este martes a las 12 horas llegaremos finalmente a nuestro destino. En el muelle nos estarán esperando el resto de nuestra familia marítima del Europa. El 13 de junio entramos oficialmente en el Canal de la Mancha, y hoy cruzamos el meridiano de Greenwich. La longitud ya marca el este, y en lo alto del palo mayor ya ondea la bandera europea. 

Voy a echar de menos los momentos vividos y compartidos con mi tripulación. Es el final de esta travesía, pero no debemos temer los cambios. 

¡Buena proa!


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