Con 18 años, esta joven surfista perdió manos y pies. Desde entonces ella y su familia luchan por dar visibilidad a las personas amputadas
Texto: María José Carmona
Fotografías: Roberto Martín
El cielo no puede estar más limpio: es un azul sin matices.
Hace calor, pero es un calor tibio, agradable. La temperatura ronda los 20 grados, dentro del agua hay 16. El viento sopla —imprescindible— a unos 25 kilómetros por hora levantando olas de un metro de altura. A lo lejos, Sarah las observa, hace cálculos. Uno, dos, tres… diez segundos. El tiempo entre una ola y la siguiente. Un tempo oculto, la armonía que fluye callada bajo la fuerza bruta del mar. Sarah saca del coche la tabla, el neopreno, el chaleco salvavidas y una crema protectora color verde radioactivo que aplica como pintura de guerra en nariz y mejillas.
Con todo preparado, Sarah “se desmonta”. Primero se quita la mano derecha hasta la altura del codo, luego la mano izquierda. Después se inclina hacia adelante y el viento hace bailar sobre su cuello un colgante de madera oscura —una tabla de surf hecha de palosanto, madera sagrada—. Sarah afloja las sujeciones, se desenrolla la calceta, levanta el muslo hacia arriba, saca el pie. Primero el derecho, luego el izquierdo. Por debajo de las rodillas solo queda el aire.
Las olas esperan.
AMPUTADA POR CUATRO. En 2021, hubo más de 32.500 personas amputadas en España, según la Federación Española de Ortesistas y Protesistas (FEDOP). El 70% suele estar relacionado con la diabetes, el 20% con accidentes y el 10 restante con causas como una infección.
El 23 de julio de 2018 Sarah Almagro, estudiante de bachillerato a punto de entrar en la Facultad de Derecho, chica deportista aficionada al fútbol, al tenis, al baloncesto, al judo y al surf, empezó a sentirse mal. Vómitos, fiebres, dolores de barriga. En su centro de salud, en Marbella, la mandaron para casa. Gastroenteritis, le dijeron, pero a sus padres no les convenció. Con 41 de fiebre la llevaron al hospital. Allí le dieron el diagnóstico correcto: infección provocada por un meningococo “Y”. Un tipo de meningitis que hasta ese momento había estado fuera del radar de las autoridades sanitarias.
Su incidencia siempre había sido baja, pero justo en 2014 los índices empezaron a subir, sobre todo entre adolescentes, principales transmisores de la bacteria. Muchos portadores son asintomáticos: sin saberlo la contagian a través de las vías respiratorias —basta un estornudo, un cubierto compartido—. Otros desarrollan rápidamente la enfermedad.
A Sarah le provocó una septicemia. Su cuerpo reaccionó violentamente a la infección originando un colapso multiorgánico. Estuvo diez días en coma. Los antibióticos le salvaron la vida, pero causaron daños irreversibles en su sistema vascular. “Vas viendo las consecuencias, pero no asumes lo que está por llegar. Ves que la punta de los dedos se ha puesto negra, tocas sus manos y sientes la frialdad. Pensábamos que alguna falange perdería, pero nunca a ese nivel”, cuenta Ismael Almagro, el padre de Sarah. Él y su mujer, Silvia Vallejo, profesionales de clase media, él economista; ella, profesora de inglés, fueron los primeros en masticar aquellas palabras: cuádruple amputación.
Luego, tuvieron que repetírselas a su hija Sarah. “Te van saliendo las palabras, vas viendo cómo reacciona, pero el impacto es descomunal”, explica Ismael. Lo que sí recuerda bien es lo que dijo a continuación: “Sarah, te garantizo que voy a conseguir que tú vuelvas a tener una vida al menos como era antes”.
La primera prótesis de la Historia fue encontrada en una momia egipcia. Un dedo gordo artificial de cuero y madera. Más tarde usarían el hierro, el acero, el aluminio. Con la Segunda Guerra Mundial nació la prótesis moderna, pensada no solo para ocultar el miembro perdido, sino para recuperar su función. Se incorporaron los microprocesadores, la robótica. Hoy existen prótesis biónicas capa-
ces de replicar un movimiento asombrosamente humano. La sensación de naturalidad
—dicen los especialistas— es muy importante para evitar el rechazo psicológico. Pero esas prótesis no las financia la Seguridad Social.
“La mano que nos enseñaron era una pinza, como las pinzas de la barbacoa”, cuenta Ismael para referirse al catálogo de prótesis. Un catálogo anticuado. Sus prótesis intentan simular la mano humana, pero el brillo artificial de la silicona, la torpeza de los movimientos, esa postura tan tiesa, tan inerte, no engañan a nadie. La otra, la biónica, —capaz de articular la muñeca, coger y apretar con precisión, gesticular y expresar emociones— cuesta 85.000 euros. “85.000 euros cada mano”, precisa Ismael.
MI NUEVO CUERPO. Sarah muestra sus manos. 337 partes mecánicas de metal, fibra de carbono, plástico y circuitos. Una extremidad cien por cien robótica con un diseño anatómico cien por cien humano. Los pequeños motores en cada uno de sus dedos proporcionan un movimiento preciso y fluido, ya sea para abrir una botella, atar unos cordones, escribir. Se acopla a los antebrazos: es ahí donde están los sensores que recogen los impulsos nerviosos del cerebro y los transforman en movimiento. Sarah Almagro fue la primera persona en Europa en llevar dos manos biónicas multiarticuladas que hoy le acercan —si no en todo, al menos bastante— a su vida anterior.
“Me encuentro cómoda, las siento parte de mi cuerpo. Lo noto porque cuando estoy hablando gesticulo”, cuenta Sarah moviendo las manos con soltura. Al hacerlo se oye un siseo mecánico, el equivalente robótico a un crujido de huesos. “No me ha sido muy difícil aprender. Desde que me amputaron practicaba. Con el muñón abría y cerraba la mano, movía los dedos, aunque no tuviese dedos”.
Las prótesis de los pies están hechas de fibra de carbono y, a diferencia de las manos, no son biónicas —no las necesita, ya que conserva las rodillas—. Al principio, estaban en fase de domesticación. Los terrenos inestables, las pendientes se le resistían y se cansaba mucho al caminar. “Estuve tres años sentada en silla de ruedas, mi capacidad pulmonar era cero, aunque poco a poco fui capaz de andar más y me iba poniendo pequeñas metas”.
Conseguir las cuatro prótesis, su cuerpo nuevo, tuvo un precio: doscientos mil euros. “Por mucho que nosotros hubiéramos vendido la casa era imposible que recaudásemos todo ese dinero. Mis padres me dijeron: no podemos hacerlo solos. Tienes que hacerte pública y pedir ayuda a la sociedad”. Ella, que solo unos meses atrás no alzaba la mano en clase por pura vergüenza, se creó un perfil de Instagram y, desde el mismo hospital, empezó a retransmitir día a día su vida tras la amputación. También acudió a radios, a televisiones, presidió galas benéficas, eventos deportivos. Su nombre empapeló los taxis y comercios de toda Marbella. “Palante con Sarah” colgaba en sus escaparates, el lema de la asociación que familia y amigos pusieron en marcha para recaudar fondos, la asociación “Somos tu ola”.
A los pocos meses no quedaba nadie en la Costa del Sol que no conociera la historia de aquella joven surfista apartada del mar tras perder sus manos y pies de la noche a la mañana. Hoy Sarah camina y gesticula gracias a esa “ola” de personas. Perdió cuatro extremidades, pero ganó cientas. A principios de 2021, se colocó por primera vez y de manera definitiva las cuatro prótesis: el camino se haría largo.
LA DOS LUCHAS DE LOS ALMAGRO. Antes de la operación de Sarah, Ismael fue a visitar a un ortoprotésico que desde hacía treinta años coloca, comprueba y calibra los pies y brazos de cientos de amputados en España. El hombre le recordó que lo más importante al amputar es saber dónde hacer el corte. Elegir bien el nivel de amputación determinará si el futuro muñón encaja o no en la prótesis. Cuando Ismael acudió al cirujano para trasladarle esa información, el punto exacto donde, según el especialista, era mejor trazar la línea, este le contestó una frase que Ismael no olvidaría: “Yo corto donde no hay vida, lo demás lo hacen otros”.
“Para mí fue una falta de humanidad impresionante”, lamenta el padre de Sarah. Asociaciones de amputados llevan tiempo denunciando exactamente la falta de especialistas y formación; pero también de psicólogos, de terapias de rehabilitación y prótesis pensadas para alguien más que una persona diabética de 70 años.
Un año después de la operación, Sarah tuvo que ser reamputada dos veces. “Al intentar ponerme las prótesis lloraba de dolor”, recuerda. A todo eso se fueron sumando las continuas visitas al hospital, las infecciones, los injertos de piel, las bacterias, la diabetes, un trasplante de riñón. “Fue un bucle de cosas negativas durante tres años. Cualquiera se vendría abajo. Yo he tenido la suerte de contar con mi familia”.
a los pocos meses no quedaba nadie en la costa del sol que no conociera la historia de la joven surfista.
Mientras Sarah intentaba superar una recuperación interminable, empezó la lucha de Ismael. “Yo creé un compromiso con mi hija y una deuda con la sociedad. Cuando la sociedad me dio las prótesis de Sarah yo tenía que devolverlo”.
Empezó por las vacunas. En enero de 2019, Ismael Almagro escribió al Ministerio de Sanidad pidiendo que se incluyera en el calendario vacunal la tetravalente de meningitis, incluyendo los serotipos A, C, W e Y. El 15 de marzo, fue recibido por el entonces secretario general de Sanidad, que confirmó la aprobación el día anterior de la inclusión de la vacuna. “Ahora había que ponerse con las prótesis”, dice Ismael. Un reto mucho más difícil.
Plantearon tres puntos: que se modernizara el catálogo público de prótesis, que se estudiaran los casos de manera individual y que para las prótesis más caras la administración financiara una parte. Fueron meses de correos y burofax, de reuniones, de llamadas al Ministerio y a la Junta de Andalucía, meses de obstinada insistencia. “No tuve un día de descanso. El día que más dormía eran tres o cuatro horas”. El catálogo fue finalmente actualizado en 2022.
Tras todas esas noches en vela, Ismael obtuvo el compromiso para construir el primer centro especializado en amputaciones de Andalucía. Aún no se ha realizado, pero Ismael está convencido de que se hará.
“Somos un equipo de cuatro”, insiste. “La protagonista es Sarah, pero estoy yo, que me peleo; Silvia, que lleva la organización de eventos para la asociación, y Alejandro —el hermano de Sarah— que, aunque menos visible, ha sido un soporte. Hemos aprendido mucho en estos años”.
UN SUEÑO OLÍMPICO. Sarah aprendió a nadar dos veces. Con dos años y con 20. Las dos veces le enseñó su padre. “Después de la amputación nos dijeron que no podría, y en una semana ya dominaba los cuatro estilos”, explica. Una constante en ella. Le dijeron de niña que no podría jugar al fútbol, y lo hizo, que no podría caminar después de tanto tiempo en silla de ruedas, y caminó, que las manos biónicas quizá no estaban hechas para ella, y al poco hacía aviones de papel y desenvolvía caramelos con sus dedos metálicos.
Sarah es tenaz y competitiva: no le gusta que la sobreprotejan. Es consciente de que su cuerpo llama la atención. “Los niños son los primeros que dicen: ¡mira mamá, no tiene brazos ni piernas!”. Está encantada de contar que ella antes tenía manos y pies, pero que esas cosas nunca hay que darlas por seguras, o que a menudo le duelen los juanetes que no tiene —el famoso miembro fantasma— porque su cerebro sigue convencido de que sus pies están ahí. Prefiere que le pregunten mil veces antes de que le esquiven la mirada.
Hay una frase en el surf: “Todos so-
mos iguales delante de una ola” y Sarah ha estado determinada a probarlo los últimos años. En la primavera de 2021, no solo volvió a nadar, sino también a uno de sus deportes favoritos. En su modalidad adaptada, el surf se practica tumbada sobre la tabla —similar al bodyboard— y con el apoyo de un caddie, una persona que asiste a la surfista.
“Yo soy sus manos y sus pies, me encargo de llevarla a la cresta de la ola, luego se va sola”, contaba Miguel Sampalo, antiguo caddie de Sarah. Siete, ocho, nueve, diez segundos pasan desde la última ola. El mar salta y se arroja hacia delante. Un destello blanco atraviesa el horizonte, deslizándose entre los pliegues de agua con gracilidad. Tumbada sobre la tabla, la cabeza ligeramente levantada, Sarah abandona la ola, victoriosa, y aprovechando la corriente, vuelve a remar hacia el espigón: bracea con fuerza sin manos, mantiene hábil el equilibrio sin pies.
¿Y si una ola te revuelca? “Antes lo que hacía era ir hasta el fondo y cogía impulso para salir a la superficie”, explica. “Ahora llevo un chaleco salvavidas. A veces lo paso mal, pero tengo que relajarme: sé que voy a salir”.
Sarah —hoy de 24 años y terminando sus estudios de derecho— empezaba entonces una prometedora carrera. En 2021 ganó su primera competición, el Pantín Classic internacional en Galicia. Ese mismo año, ganó el Campeonato de España en la categoría prone 2. Meses después formó parte de la Selección Española de Surf en California. En 2022 fue Campeona de España y tercera del Mundo. En 2023 lo fue todo: medalla de oro en el Campeonato de España, en el Europeo y en el Mundial.
“Me gusta recordar que hace apenas unos años salía del hospital sentada en una silla de ruedas, pesando 34 kilos, sin manos ni pies, con la vida dependiendo de una máquina de diálisis. Mira dónde estoy ahora”.
El último reto deportivo de Sarah es ser olímpica. Algo que podría ocurrir en los Juegos Paralímpicos de Los Ángeles 2028, para los que el Comité Paralímpico Internacional debe incluir el parasurf como deporte. “Si ella dice que va, va”, advierte su padre. “Si ella dice que gana, gana”.